sábado, 2 de agosto de 2008

Uno se da cuenta de que intentar buscar a alguien que le arregle la vida es lo más cobarde y despreciable que hay. Uno se da cuenta de que a su alrededor solo hay cobardía y desperdicio. De vez en cuando, uno cree ver diminutos focos de vida real.
Pero todo eso da igual. Uno se pasa el tiempo mirando a su alrededor y creyendo ver focos. Y al final, uno se olvida de sí mismo.
No tiene sentido que los ojos se oxiden por las lágrimas debido a la visión de ese panorama de miserabilidad y artificialidad, no tiene sentido tampoco sonreír cuando uno cree ver focos diminutos que parecen escapar de todo ese panorama. No tiene sentido, si mientras, uno se va dejando consumir.
Y uno se pregunta por qué demonios se tiende a esperar que venga un dios que te acoja en su regazo, y te apriete contra su corazón caliente y te susurre palabras de esperanza mientras te cura todas las heridas. Uno se pregunta por qué demonios el miedo se apodera de la vida y la hace añicos entre sus manos de fuego.

Y uno se ve a sí mismo, contemplando el rostro de los demás. Contemplando lo que tiene a su alrededor. Su habitación. Con todos los libros y la silla y la cama y el armario y ese papelucho en el cual escribió palabras surgidas de un deseo irrefrenable. O contemplando la calle. Y los coches y las motos y los autobuses pasar; y la gente, y las tiendas.
Y uno se olvida de sí mismo.
Se olvida de que antes que todo eso está él mismo, de que antes que todo eso está su situación y su vida y lo que él está haciendo con ella.

Pero uno también se da cuenta de que es inevitable el que vuelva, con un golpe seco, fuerte y duro, ese sentimiento y esa reflexión que le conduce hacia sí mismo y hacia su situación y su vida. Parece inevitable.
Uno se repiensa y ve que gran parte de su tiempo lo pasó buscando respuestas y recetas mágicas en libros y películas. Se repiensa y se observa, y es incapaz de hallar alguna huella de vida, de puesta en práctica de las ganas de vivir; contempla su piel blanca, amorenada por el sol, sin rasguño alguno.


Qué pena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como tu dices al final "Qué pena". Un día triste, un texto bonito, una cierta negatividad. Parece un manifiesto por la autonomía del sujeto, una indicación de la situación hermeneútica de dicho sábado 2 de Agosto de 2008. Y no te falta razón, en última instancia estamos solos ante la vida, ante nosotros mismos, ante los demás, hasta ante el universo mismo estamos solos. En última instancia, pero no siempre.

Galeano dice en un cuento de alguien que subió al cielo y vió al mundo como un mar de fueguitos, fuegos chicos que ni calientan, fuegos bobos, pero dice que hay otros que lucen tan fuerte que uno no puede mirarlos sin quedarse cegado. Tú eres uno de esos.